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Baldosas por la Memoria

Mario Waldino Herrera

Armado: 15 de octubre de 2016
Colocación: 19 de noviembre de 2016. Barrio Almte. Brown “El Garrote”  

Mario W. Herrera formó parte de la Juventud Peronista y como tal fue un referente de la columna Norte de la organización Montoneros, que activaba políticamente en las barriadas populares de la zona Norte, como Rincón de Milberg, Garrote, La Cava y otros. Este año (2016) se cumplieron 40 años de su secuestro y asesinato a manos del V Cuerpo del Ejército, y elegimos homenajearlo en uno de los barrios donde su participación fue clave en las luchas populares, conflictos sindicales y batallas políticas de principios de la década del´70.

Organizaron: Barrios por Memoria y Justicia Zona Norte, Memoria Palermo, Comisión de Derechos Humanos “Padre Pancho Soares”, familiares, compañeros y compañeras de Mario W. Herrera.


Mario Waldino Herrera nació en la ciudad de Córdoba el 8 de julio de 1945. De familia militante por ambas ramas (radicales por vía paterna y demócratas cristianos por vía materna), en su adolescencia ya comienza a participar activamente en política, al tiempo que desarrolla su oficio como periodista.

Entre 1962 y 1970 formó parte de la Democracia Cristiana, llegando a participar con apenas 17 años como ayudante de la Comisión de Justicia y luego como secretario de la Presidencia del bloque de la DC en el Congreso Nacional. En 1971 se incorpora a JAEN (Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional), organización que luego se integra a la Juventud Peronista. Como parte de ella, Mario es destinado junto a otros compañeros a desarrollar la organización Montoneros en la zona Norte del gran Buenos Aires, cuyos enclaves más importantes fueron los barrios de La Cava, Garrote y Rincón de Milberg. Su participación allí fue intensa y significativa en los distintos frentes que la batalla política de aquellos años imponía: la militancia territorial, la resistencia a la dictadura, la lucha por el retorno de J.D. Perón, la toma del Astillero Astarsa, y tantas otras. Como referente de la JP ejerce en 1973 la coordinación del Operativo Dorrego, actividad desarrollada en forma conjunta con el Ejército Argentino para paliar los daños causados por las graves inundaciones ocurridas entonces en la provincia de Buenos Aires.

Mientras tanto, ejerce también la actividad periodística en diversos medios como la Agencia Saporiti, Interpress Internacional, y las revistas Panorama, Jerónimo, Argentina, Confirmado, Análisis, entre otros.

A mediados de 1975 decide retirarse de la organización Montoneros.

El 19 de abril de 1976 es secuestrado en su domicilio en la Capital Federal por una patota del V Cuerpo del Ejército, y trasladado al Centro Clandestino de Tortura y Exterminio “La Escuelita” de Bahía Blanca. Días después muere a consecuencia de las atroces torturas recibidas. El 8 de mayo siguiente aparece una nota en el diario “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca (perteneciente al aún impune colaborador de los genocidas, Vicente Massot), donde se informa falsamente su muerte tras un “enfrentamiento armado” en una ruta cercana a Bahía Blanca.

Su familia es notificada del fallecimiento y autorizada a reconocer el cuerpo. Su viuda, María Teresa Lodieu, viaja a aquella ciudad y constata las huellas de la tortura y la inexistencia de heridas de bala. Pero a pesar de permitirle reconocer los restos, le entregan luego un cajón cerrado con la orden de sepultarlo sin ceremonia y sin apertura del ataúd. Así permaneció muchos años hasta que el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense permitió constatar que dichos restos pertenecían efectivamente a Mario Herrera.

Actualmente, el caso de Mario W. Herrera está siendo investigado en el marco de las causas por Delitos de Lesa Humanidad que lleva adelante la Unidad Fiscal de Bahía Blanca.


Palabras de Lucía en la colocación de la baldosa de su padre, Mario W. Herrera

Agradecimientos particulares: Memoria Palermo. Comisión por la Memoria de Zona Norte. Comisión por la Memoria “Padre Pancho Soares”. Centro Cultural “Vecinos Solidarios” de Villa Garrote.

Gracias a la lucha popular por los Derechos Humanos, que comenzaron en plena dictadura las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas, Familiares, la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos y otros organismos, y que luego seguimos los HIJOS, y todos los partidos y agrupaciones políticas y sociales que siempre bancaron y acompañaron estas reivindicaciones, desde hace décadas hay tres palabras que nos significan mucho cuando hablamos de la historia reciente. Esas tres palabras son Memoria, Verdad y Justicia.
Quiero referirme al valor que tienen para mí esas palabras, como hija de Mario Herrera, el militante a quien homenajeamos hoy, y en su nombre a toda esa generación maravillosa que entregó su vida al proyecto de una realidad digna para el pueblo trabajador, una realidad que sigue siendo necesaria.

MEMORIA
Digo “Memoria”, y la palabra me hace ruido, porque yo no tengo recuerdos de mi padre. Fui construyendo imágenes, ideas, bosquejos de él, a través de los relatos de mi madre, de mis abuelas, y más recientemente, gracias a sus compañeros y compañeras de militancia. Siempre estuve orgullosa de él, de su entrega, de sus convicciones y su compromiso. Orgullosa de todas esas cualidades que lo describían en vida y que, también, le costaron la vida. Sin embargo a veces preferiría no estar tan orgullosa de él… preferiría que fuera un hombre común, uno más de los que caminan por la calle en este mismo momento. Quisiera no estar hoy aquí colocando esta placa. Quisiera tenerlo a mi lado, con su sonrisa, con su abrazo, con sus palabras. Pero la dictadura no lo permitió. Sin embargo, hoy más que nunca sé, que los recuerdos y las vivencias junto a él que me faltan, valen mucho más que una existencia sin sentido, sin convicciones y sin compromiso.
Voy a confesar algo: yo le rehuía bastante a este tipo de homenajes, en parte por temor a la emoción, a meter el dedo en la llaga y que duela mucho, y en parte porque, equivocadamente, priorizaba la pelea colectiva por encima de la reconstrucción de las historias personales. Pero a medida que empecé a participar en estas actividades me di cuenta de que esa reconstrucción de la subjetividad es vital, porque cada reencuentro nos fortalece como personas, como militantes y como comunidad, porque nos devuelve ganas de seguir luchando, porque se van llenando esos huecos del alma con los que convivimos tantos años, se van juntando los pedazos de muchas historias, los pedazos de ese rompecabezas de la historia colectiva.
Creo que la colocación de baldosas como esta son ya un hito en la lucha de nuestro pueblo, como lo fueron y lo son las rondas de las Madres y sus pañuelos blancos, como los piquetes de los movimientos de desocupados, como los escraches que comenzamos los HIJOS. Detrás de cada baldosa hay un mundo de gente militando, de historias que se cruzan y se vuelven a armar.
Anda por ahí mi hija Guadalupe, con quien muy de a poco hemos empezado a hablar de la historia de su abuelo. Y hemos visto ya no sé cuantas veces, una película que a ella le encanta que se llama “El libro de la vida”. Esa película recrea, un poco “hollywoodensemente”, la tradición mexicana del Día de los Muertos. Para quienes no conocen esa tradición popular, el día 2 de noviembre se recuerda con joda, comida y bebida, a los muertos queridos. Y en esa película se resalta algo que para mí resultó esencial en la transmisión de la historia familiar hacia mi hija, que es la existencia de una “Tierra de los recordados” y una “Tierra de los olvidados”. Y según el guión de esta peli, mientras los muertos son recordados, permanecen en una fiesta eterna. Si no son recordados, van a parar a una gris y triste Tierra de los olvidados.
Bueno, todo esto va a que actos como este son celebraciones en las que les devolvemos vida y alegría a nuestros muertos queridos, los salvamos del olvido, y nos salvamos nosotros en vida.
Pero, de todos modos, es un trabajo muy duro hacer Justicia con la Memoria. En mi caso, como dije, porque no tengo recuerdos de mi padre, como tantos hijos e hijas de esa generación devastada por la dictadura. No tengo recuerdos de él, pero hay cosas de las que no me olvido, aunque quisiera… Quisiera borrar todas las huellas horribles del Terrorismo de Estado, borrar de mi vocabulario las palabras “tortura”, “secuestro”, “desaparición”, “muerte”, “exilio”… palabras cuyo significado entendí mucho antes, incluso, de aprender a hablar. Quisiera no conocerlas. Pero no es posible, porque forman parte de la verdad de esta historia, de mi historia personal que es una pequeña parte de la historia colectiva, una historia de lucha en la que los sacrificios personales tenían sentido en función de la felicidad común, de la verdadera felicidad, y no de esta mentira que nos vende el capitalismo y el neoliberalismo de una felicidad individualista basada en el consumo, la propiedad privada… una felicidad egoísta para unos pocos. Eso no es lo que deseaba mi padre, ni sus compañeros y compañeras. Eso no es lo que deseo yo y creo que ninguno y ninguna de los que estamos hoy acá.
¿Será una utopía irrealizable? No lo sé. Porque, hablando de memoria… desde que tengo memoria vengo escuchando hablar de la crisis del capitalismo… ¡pero pareciera que nunca le llega la hora! Y sin embargo creo que si seguimos luchando es porque creemos que es posible otra realidad. Posible y necesario. Y que así como el sistema feudal cayó, así como se realizaron revoluciones socialistas en diversas partes del mundo (aún con todo lo que tengamos para criticar de esas experiencias), el capitalismo imperialista no tiene porqué ser eterno. Pero claro, eso depende de nosotros y nosotras. Como se plantean las cosas hoy, o le damos batalla al capitalismo imperialista, o se lleva al planeta puesto.

VERDAD
Mencioné la Memoria, y mencioné la Verdad. Y como ya lo dije en otros homenajes, pidiendo disculpas por si suena  hereje o impertinente: reniego de la máxima brechtiana sobre los “imprescindibles”.. (aquello de “los que luchan un día son buenos, los que luchan muchos años son muy buenos, pero los que luchan toda la vida son imprescindibles”)…  Porque creo que si bien hay seres con cualidades especiales, seres que son un ejemplo y un faro para la humanidad, como el Che, como Evita, como Fidel, como Lenin, como Camilo Torres, como Hugo Chávez, como Rosa Luxemburgo, Juana Azurduy, y tantos otros y otras, algunos mucho más desconocidos, como mi querido compañero Roberto Fornari que fue y sigue siendo un referente para quienes lo conocimos, como Adriana Calvo, Cintia Castro y León Zimmerman y muchos más... Más allá de esas personalidades únicas, todos somos especiales e imprescindibles para quienes amamos y nos aman. Y mi padre era imprescindible para mí, para mi madre, para mi abuela Elba, para mi tía abuela Carmen, para sus amigos y amigas, para sus compañeros y compañeras. A mí, particularmente, me ha hecho mucha falta. ME HACE mucha falta. Mi madre y yo hemos sobrellevado esta ausencia muchos años. Pero la verdad es la verdad, y mi padre nos sigue faltando, y nos falta porque fue cruelmente, cobardemente asesinado, como tantos de sus compañeros y compañeras. Esta verdad duele, y da mucha rabia.
Pero la rabia no siempre es negativa. La rabia también alimenta la vida y nos empuja a luchar. Ya lo dijo el Che, eso de que un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Y habló también de los profundos sentimientos de amor que deben guiar la acción de los revolucionarios. Amor y odio, dos fuerzas vitales que hacen girar al mundo. No me cabe duda de que mi padre deseaba vencer a los enemigos del pueblo, porque sentía un gran amor por ese pueblo al que pertenecía, y por sus compañeros y compañeras de lucha. Esa es una verdad hermosa y muy valiosa.

 

JUSTICIA
Tenemos memoria, o podemos reconstruirla. Tenemos rabia. Podemos tener odio de clase. Pero no nos anima la venganza. En estos últimos 40 años de lucha, ante las atrocidades de la dictadura, no ha primado la venganza. Yo, al igual que tantos y tantas, no quiero que los torturadores sean atormentados como ellos lo hicieron con nuestros 30 mil. No quiero que los violadores sean violados. No quiero que sus hijos e hijas sean un botín de guerra, robados, apropiados, y sus verdaderas identidades ocultadas. No quiero que los secuestradores sean arrancados de sus hogares, en medio de la noche, por una patota de bestias. No quiero nada de eso. Lo que quiero, de corazón, es PAZ.
Pero no puedo, no podemos, tener Paz sin Justicia. No solo porque muchos genocidas están impunes aún, y el tiempo y la coyuntura política nos corren en contra. Sino porque la Justicia burguesa puede darnos solo un poco de esa Paz. No toda. La Justicia burguesa es necesaria: el Juicio y Castigo a los genocidas en el marco de las leyes vigentes es algo por lo que hemos luchado muchos años. Pero como dijimos muchas veces con compañeros y compañeros de estas luchas: la verdadera Justicia y el mejor homenaje a nuestros caídos, a nuestra historia como clase, a nuestro presente y a nuestro futuro, es hacer realidad la sociedad y la humanidad igualitaria por la que tantos luchadores y luchadoras, aquí y en todas partes del mundo, dieron su vida. Esa sería la Justicia con todas las letras.
Eso sería hacer honor a la Memoria y a la Verdad.
Hoy estamos homenajeando a un militante popular, con nombre y apellido: Mario Waldino Herrera, hijo, marido, padre, amigo, compañero. Pero en su nombre homenajeamos a una generación entera y a sus sueños, que siguen siendo nuestros sueños: los de una sociedad sin explotados ni explotadores, los de un pueblo que pueda vivir con dignidad. Una generación que nos sigue demostrando que se puede hacer política con ideales colectivos, y no por intereses individuales, que se puede hacer política sin venderse por un cargo, por una coima, o como trampolín para hacer negocios. Una generación que sigue viva en cada uno de nosotros y de nosotras, en cada delegado incorruptible, en cada legislador que responde a su mandato, en cada dirigente popular que representa a su gente, en cada trabajador (del oficio, la profesión o del arte que sea) que dignifica su tarea y que lucha por sus derechos, de  cada militante que mantiene vivos los principios y los códigos, que los hay muchos y muchas. Otra muy distinta y muy peor sería la realidad sin todos ellos y ellas.
Y por eso esta baldosa no es solo un recordatorio del pasado, esta baldosa es un testimonio del presente que quiere interpelar el futuro, ese futuro que no podemos construir sin la Memoria, la Verdad y la Justicia.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas de Prensa

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